Fundación Internacional Jorge Luis borges
Fundación Internacional Jorge Luis borges

De Borges a Kodama

Exposición realizada en el Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, 1995.

Prólogo de Rolando Costa Picazo

“Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama”

Sólo tú eres. Tú, mi desventura
Y mi ventura, inagotable y pura.

J.L.B. “El enamorado”

María Kodama ya está en textos anteriores a los que Borges le dedica de manera explícita. La poesía del maestro se va llenando de una presencia no nombrada pero no por eso menos sentida. Domina el bellísimo poema “El amenazado”, por ejemplo, de El oro de los tigres, de 1972:

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo…
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Está también en “Ulrica”, en todos los poemas sobre Islandia, país que recorrieron y amaron juntos. Subyace en “La cierva blanca”, y en “El Oriente”, y en “Las causas”. Y cierra “Elegía del recuerdo imposible”:

Qué no daría yo por la memoria
De qué me hubieras dicho que me querías
Y de no haber dormido hasta la aurora,
Desgarrado y feliz.

Luego vienen sus últimos poemarios: Historia de la noche, La cifra, Atlas, Los conjurados, todos dedicados a María. Para Borges, para quien la literatura es la experiencia más penetrante y profunda, un libro es una prueba de amor. Por eso todos sus libros de ahora en más serán para ella: libro, amor; amor, María Kodama. Ahora ya la nombra, no puede dejar de nombrarla y proclamarla, como una invocación constante, una palabra de magia, un mantra. Así lo dice en la “Inscripción” de La cifra): “Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama”. María ya no se le cae de la boca. Es su júbilo, su pasión y su consuelo. La llama, la evoca, la invoca en el “Bastón de laca”, “El viaje en globo”, “La brioche”, “Graves en Deya”, “Esquinas”, “El laberinto”, “El 22 de agosto de 1983”. De la mano de María entra una nueva pasión por el Oriente y por la poesía tradicional japonesa. Y Borges compone haiku, fascinado por la condensación de significados y la con cisión de la imagen.

En una oportunidad le oí decir a Borges: “Cuando algo termina, algo más empieza”. Es que con la entrada de María en su vida, todo lo anterior ha terminado: ella empieza el último capítulo feliz, el definitivo.

Rolando Costa Picazo

María Kodama
¿Qué era para nosotros el arte? Era la mágica posibilidad de percibir la realidad a través de sonidos, de colores, de texturas que, transmutados por la alquimia de la creación, ofrecen el espejismo de otra realidad.
Era la emoción compartida, porque usted supo, cuando al pie de la escalinata del Louvre alcé los ojos y descubrí a la Victoria de Samotracia, que en ese instante, anulado el tiempo, se superponía a esa escultura la imagen de una lámina en un libro de arte que mi padre me regaló. Con ese libro, me dio, a los cuatro años, sin que yo lo supiera, la primera lección de estética de mi vida. Me enseñó qué era la belleza. Recuerdo que, ante mi desencanto porque la figura no tenía cabeza, un rostro, con infinita paciencia me dijo que observara los pliegues de la túnica agitados por la brisa del mar. Detener en ese movimiento, para la eternidad, la brisa del mar, eso era la belleza. El arte y sólo el arte podía lograrlo.
No lo olvidé nunca; esto signó de algún modo mi vida y se proyectó en lo que sería nuestra relación. Nuestra decantada relación, que fue pasando, a través del tiempo, por distintas facetas hasta culminar en el amor que nos habitaba mucho antes de que usted me lo dijera, mucho antes de que yo tuviera conciencia de mis sentimientos.

Ese amor que, revelado, fue pasión insaciable para colmar el sentimiento vago, indescifrable, que experimenté por usted siendo niña, cuando alguien me tradujo un poema dedicado a una mujer a la que amó años antes de que yo naciera. A esa mujer a la que le decía:

I can give you my loneliness, my darkness, the hunger of my heart;
I am trying to bribe you with uncertainty, with danger, with defeat.

Ese amor del que fue dejando trazas a lo largo de sus libros, sin decírmelo, hasta que me lo reveló en Islandia. Ese amor protegido, como en la “Völsunga Saga”, por un mágico círculo de fuego, cuyo resplandor nos ocultaba de las miradas indiscretas, para poder ser Ulrica y Javier Otárola, nombres que elegí, de todos los que nos dábamos, para grabarlos en la estela de piedra que señala el punto desde el que su alma entró en el Gran Mar, como llamaban a la muerte los florentinos; pero que, a la vez, relata nuestro encuentro. Aunque parezca una paradoja, la muerte y la vida no son signos opuestos, sino que son un solo fluir, y el vínculo entre el ser que parte y el que queda es el amor.

Por eso, cuando me trajeron el proyecto para hacer una exposición de pintura inspirada en las obras que usted me dedicó, sentí temor de esa materialización que sus palabras sufrirían al convertirse en motivo de inspiración para otros creadores. Sin embargo, reflexioné en la intensidad de los momentos que vivíamos en los museos, a lo largo y a lo ancho del mundo, y pensé que esa podía ser una maravillosa alquimia que exaltaría el Amor buscado a tientas por dos almas aún sin nombres, que fueron, son y seguirán siendo un hombre y una mujer, Tristán e Isolda, Dante y Beatriz, Frida Kahlo y Rivera, Ulrica y Javier Otárola, poco importa cómo se llamen, si en el encuentro sienten que se pertenecen con esa llama de pasión inextinguible que no se consume, sino que da fuerzas para sentir que, aun en el infierno, como Paolo y Francesca, ese castigo no es terrible porque lo comparten. Hasta el infierno es ilusorio, como es ilusorio el mundo, para los que se aman, porque sólo ellos existen.
Esa dinastía que no se hereda ni se compra es un desafío y un don que debe preservarse a lo largo del tiempo de nuestra vida y más allá aún, a través de los siglos, por la magia del arte.

Desde el centro de nuestro jardín secreto se alza esa llama que pertenece a la dinastía de los amantes. A partir del encuentro, gracias al acordado movimiento de los astros, o al azar, según queramos, sigue construyéndose esa invisible cadena que, transmutada en arte o por el simple hecho de existir, hará que las nuevas generaciones sigan creyendo en la armonía del mundo, a pesar de todo.

Esa llama que espero sea como un faro cuya luz alcance el inimaginable confín del universo, para que si algo, de alguna forma, persiste del alma humana, le llegue y sienta que esa llama, hecha de amor, de lealtad, de pasión, que una vez compartimos, sigue viva en mí para usted “for ever, and ever… and a day”.

María Kodama
Presidenta, Fundación Internacional Jorge Luis Borges

Comisión Organizadora
María Angélica Bosco
Ricardo Cordero
Rolando Costa Picazo
Jorge Cruz
Alina Diaconú
Eduardo Gudiño Kieffer
Alfredo Muller
María Elena Garcés de Mosto
Teresa Rojas
Diana Saiegh
Julio Suaya
Créditos
Curadores
Albino Diéguez Videla
Fermín Févre
Elena Oliveras
Nelly Perazzo
Selección de textos de Borges
María Kodama
Rolando Costa Picazo
Fotografía
Alcides Duarte
Diseño de Montaje
Arq. Alberto Bellucci
Coordinación
Mosto & Rojas Arte

Fundación internacional Jorge Luis Borges - © 2022 Todos los derechos reservados Anchorena 1660, Capital Federal, Argentina | Mail: borges.internacional@fibertel.com.ar

X